6/10/2011

El Anillo


Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto.
¿cómo puedo mejorar? ¿qué puedo hacer para que me valoren más?'
El maestro sin mirarlo, le dijo:
cuanto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después. Y haciendo una pausa agregó:
si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
Encantado, maestro titubeó el joven, pero sintió que otra vez era
desvalorizado, y sus necesidades postergadas.
Bien asintió el maestro.
Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y dándoselo al muchacho, agregó: toma el caballo que está allá afuera y cabalga
hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda.
Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes.
Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo
que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más de cien personas, y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
Cuanto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro, podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación. Maestro dijo lo siento, no pude conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
Qué importante lo que dijiste, joven amigo contestó sonriente el maestro.
Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregunta cuánto te da por él, pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas.
Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
58 monedas !!!!!!!!!!!!!!!!! Exclamó el joven
si -replicó el joyero- yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...
El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.
Siéntate dijo el maestro después de escucharlo.
Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única.
Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto.
¿qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.

6/05/2011

¿vale la pena sufrir por alguien?



¿qué tan dispuestos estamos a sufrir por alguien?
cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte.
aristócratas y adinerados señores habían llegado de todas partes
para ofrecer sus maravillosos regalos. Joyas, tierras, ejércitos y tronos
Conformaban los obsequios para conquistar a tan especial criatura.
entre los candidatos se encontraban un joven plebeyo, que no tenia
Más riqueza que amor y perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar, dijo: “princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas. Eso es mi dote”.
la princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar:
tendrás tu oportunidad: si pasas la prueba, me desposaras”.
así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo seguía firme en su empeño, sin desfallecer un momento.
de vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena.
todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos.
al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona habían salido a animar al próximo monarca.
todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la joven princesa, se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.
unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño lo alcanzó y le preguntó:
¿qué fue lo que te ocurrió?... Estabas a un paso de lograr la meta. ¿por qué perdiste esa oportunidad?¿....¿por qué té retiraste?...
con profunda consternación y algunas lágrimas mal disimuladas, contestó en voz baja:
“””si ella no me ahorro un día de sufrimiento.... Ni siquiera una hora, es porque no merecía mi amor”””.

el merecimiento no siempre es egolatría, sino dignidad.

cuando damos lo mejor de nosotros mismos a otra persona, cuando decidimos compartir la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y desnudamos el alma hasta el último rincón, cuando perdemos la vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión.

que se menosprecie, ignore, olvide o desconozca fríamente el amor que regalamos a manos llenas es desconsideración o, en el mejor de los casos, desinterés o ligereza.

cuando amamos a alguien que además de no correspondernos nos desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el lugar equivocado.

esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigamos.

la cosa es clara: si no me siento bien recibido en algún lugar, empaco y me voy.

nadie se quedaría tratando de agradar y disculpándose por no ser como les gustaría que fuera.

no hay vuelta de hoja: en cualquier relación de pareja que tengas, no te merece quien no te amé, y menos aún, quien te lastime.

y si alguien te hiere reiteradamente sin “mala intención”, puede que te merezca pero no te conviene.

retirarse a tiempo con la satisfacción de haber dado lo mejor de nosotros mismos no tiene precio!....

ándale... Cobíjate con aprecio a ti mismo, no te abandones, quiere y protege tu integridad de ser tu mismo.